Una agenda metropolitana para la transformación postcovid

En este artículo, Ricard Gomà, director del IERMB, defiende un giro metropolitano, que sitúe la presencia determinante de la metrópolis, como sujeto institucional con capacidad de desplegar políticas y de interactuar en marcos de gobernanza multinivel

05/07/2021

La transformación de la metrópolis postcovid requiere un intenso compromiso público. Por un lado, un marco estructural de políticas públicas que deje atrás el paradigma de la austeridad y incorpore fuertes componentes de transición ecosocial. Y requiere también, por otro lado, un giro metropolitano, la presencia determinante de la metrópolis como sujeto institucional con capacidad de desplegar políticas y de interactuar en marcos de gobernanza multinivel. Ahora no se trata tanto de recuperar sino de transformar: saber dónde estamos e ir construyendo la metrópolis postcovid desde nuevas coordenadas. Fruto de la investigación colectiva del IERMB, que configura la publicación ‘La metrópolis (post) Covid: impactos, escenarios y retos‘, ya disponible online, presentamos un decálogo de acción conectado a las evidencias surgidas.

Metrópoli y transformación postcovid: decálogo de políticas públicas

  • Elaborar un Green New Deal Metropolitano como estrategia de reactivación económica y del empleo sobre la base de un nuevo modelo productivo vertebrado por inversiones públicas en transición verde y digital
  • Desarrollar una estrategia de transición socioecológica metropolitana basada en la acción climática, la mejora de la infraestructura verde, la alimentación sostenible y la gestión del agua como bien común
  • Implementar el plan metropolitano de movilidad con perspectiva de género, priorizando las políticas orientadas al cambio modal (movilidad activa y transporte público), la cohesión territorial y la tarificación inclusiva
  • Poner en marcha un plan de barrios metropolitano como política estructural para abordar la vulnerabilidad urbana, con intervenciones flexibles y adaptadas, y con procesos de coproducción vecinal y comunitaria
  • Desplegar la agenda de vivienda con múltiples instrumentos: operador metropolitano de alquiler, generación de vivienda asequible en el parque existente, regla del 30% de vivienda protegida en suelo urbano, impulso a la vivienda cooperativa en cesión de uso, rehabilitación con criterios sociales y ecológicos, ayudas al alquiler
  • Aprobar un salario mínimo metropolitano, de acuerdo al cálculo territorial del coste de la vida para áreas urbanas
  • Establecer, como ingreso complementario a la RGC y al IMV, un apoyo económico metropolitano de carácter incondicional sobre la base de un proceso de armonización y fortalecimiento de las ayudas municipales de urgencia. Dotar de escala metropolitana el Fondo 0-16, como instrumento de acción contra la pobreza infantil severa
  • Articular redes socioeducativas y de cuidado en el ámbito metropolitano (guarderías, espacios familiares y servicios de atención domiciliaria) como estrategia vinculada a la igualdad de género y el cambio demográfico
  • Ampliar los convenios con el CUESB (Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona) como semilla de una política de atención a la vulnerabilidad que dote a la metrópoli de una red de servicios de inclusión
  • Definir un marco metropolitano de apoyo a las prácticas de innovación social y las iniciativas ciudadanas de solidaridad que haga posible dinámicas para reescalar, transferencia interterritorial y fortalecimiento en barrios de alta vulnerabilidad (redistribución).

Conocer para transformar la metrópoli postcovid

Estas nuevas coordenadas están basadas, como decíamos, en la evidencia de que ha constatado el IERMB, de forma colectiva, durante la pandemia. Hace poco más de un año estallaba la emergencia sanitaria de la Covid-19 y, de forma inmediata, sus consecuencias sociales, ecológicas y económicas: efectos profundos y transversales, con plasmaciones diversas en el territorio. La relación entre pandemias y ciudades es histórica, pero las metrópolis del siglo XXI no habían recibido un abanico comparable de impactos. Bueno, veníamos de la gran recesión y los tejidos sociales y urbanos no se habían recuperado aún del todo de una crisis intensa y de una austeridad injusta. Llueve, pues, sobre mojado. En los párrafos siguientes, recogemos los principales datos del escenario postcovid.

Desigualdades sociales y relaciones vecinales

En clave social, la ola más potente de la pandemia estalla en forma de pobreza: la población en riesgo ha aumentado de un 20% en el área metropolitana. Cuando la pobreza muestra la distribución de impactos entre diferentes perfiles, observamos unas pautas de alta focalización: efectos muy intensos sobre las clases trabajadoras, niños y niñas, población joven y personas migrantes. La crisis de la Covid-19 fragmenta y polariza aún más el tejido social de la metrópoli. La pandemia ha contribuido también a hacer más visible la plasmación territorial de la desigualdad. En el área metropolitana de Barcelona la vulnerabilidad urbana presenta un triple patrón de persistencia (se cronifican los ámbitos de pobreza), concentración (focalización en el espacio) y complejidad (con diferentes articulaciones entre las vertientes social y residencial). Desde hace décadas, la exclusión se focaliza con intensidad en los ejes del Besòs y el Llobregat, afectando amplias áreas transmunicipales configuradas sobre una lógica claramente metropolitana, pero con fuerte impacto también en determinados municipios.

El confinamiento ha evidenciado con fuerza las fracturas cotidianas que atraviesan el espacio de los hogares: desigualdades en las propias condiciones de habitabilidad, en las relaciones de género vinculadas a los tiempos de cuidado, en la dimensión digital conectada a la educación … el 90% de la población metropolitana convive en bloques de pisos, lo que enmarca la tipología y condiciones de los hogares, y la dinámica de relaciones vecinales. La pandemia supuso también en muchos casos un redescubrimiento del vecindario, un fortalecimiento de las relaciones y la solidaridad comunitaria. Sin embargo, la realidad es compleja. Y han crecido también las experiencias de soledad. La situación de aquellas personas que, a pesar de vivir en entornos de densidad, expresan una ausencia no querida de relaciones cotidianas, y el hecho de no poder contar con amigos o familiares en caso de necesidad. Una soledad que afecta sobre todo a las personas más vulnerables en el ámbito de la salud, los hogares unipersonales y aquellas formadas por personas de edad más avanzada.

Mercados de trabajo y vivienda

El trabajo y la vivienda son las dos palancas clave de autonomía personal. Ambas, sin embargo, situadas en coordenadas de mercado. En la esfera laboral, el impacto de la recesión desencadenado por la pandemia está resultando especialmente duro para la metrópoli de Barcelona. La caída del empleo ha sido más elevada en los municipios metropolitanos que en Catalunya y España. El nuevo escenario, además, ha ampliado asimetrías preexistentes. La población joven, las mujeres y los colectivos con vínculo laboral precario han recibido los golpes más intensos. A modo de ejemplo, la contratación temporal y a jornada parcial representa el 37% de las personas ocupadas, pero ha concentrado el 75% de la destrucción de empleo en la metrópoli.

En el ámbito de la vivienda, a lo largo de los años de reactivación económica previos a la pandemia, la burbuja inmobiliaria se trasladó de las hipotecas al alquiler. Un escenario marcado por la débil evolución de los salarios en un marco de creciente precariedad, y la extrema debilidad de las políticas de vivienda implicó un deterioro creciente de la capacidad de los hogares para cubrir los gastos básicos de vivienda. La pandemia ha agudizado la situación. La vivienda se consolida en el núcleo de los riesgos de exclusión social en la metrópoli, de forma más intensa para las personas que viven en régimen de alquiler. El porcentaje de arrendatarios e inquilinos que está sufriendo sobrecarga de gastos de vivienda sigue creciendo. Durante los últimos meses, todo parece indicar que se ha abierto una fase de ajuste a la baja, con reducciones de los precios de oferta y contractual. El precio medio, sin embargo, se sitúa todavía muy por encima del de la demanda en el conjunto de la metrópolis.

Ciclos de vida: infancia y jóvenes

La pandemia ha visualizado la elevada vulnerabilidad de los colectivos en las etapas más frágiles del ciclo de vida, y la enorme fragilidad de los dispositivos de cuidados. La Covid-19 ha fracturado también la realidad metropolitana por los dos polos del curso vital. Las personas de edad más avanzada han sufrido intensamente la emergencia sanitaria y la mercantilización de los servicios residenciales. Niños, niñas y jóvenes han visto agravada su relativa desprotección. Los impactos sobre estos grupos sociales, al mismo tiempo, han sido internamente desiguales y segregados.

La població infantil y adolescentes atravesaron los días más duros de la pandemia en medio de una cotidianidad cruzada por realidades y emociones complejas. Disfrutaron más de la familia y menos de las amistades; experimentaron una combinación de diversión y curiosidad con soledad y angustia. Se encontraron con experiencias motivadoras (uso intenso del hogar y nuevas formas de comunicación online) y otros decepcionantes (suspensión de las actividades educativas y de ocio). Este abanico de impactos socio-afectivos resultaron desiguales en función de las edades y de los contextos residenciales y de clase. Los malestares fueron más intensos en adolescentes, así como en niños y niñas en situaciones familiares de riesgo, y con condiciones precarias de habitabilidad y difíciles para la educación no presencial.

Buena parte de la población joven vive en un doble contexto de inseguridad económica y residencial, derivado de un mercado de trabajo con elevadas tasas de precariedad y de un mercado de vivienda altamente excluyente. Esta doble realidad obstaculiza los procesos de emancipación y limita de forma sustancial el derecho a un proyecto de vida con autonomía. Con la pandemia, la población joven ha sufrido, en el conjunto del estado, una caída de ingresos cuatro veces superior a la de la población adulta. En Barcelona, ​​las trayectorias laborales juveniles se han visto fuertemente impactadas. La tasa de paro crece y lo hace de forma desigual según el origen, la renta y los barrios. En 2020 el nivel de desempleo de los jóvenes de origen migrante dobla el de los autóctonos; y el paro de los jóvenes residentes en barrios de rentas bajas multiplica por tres el de los jóvenes de barrios acomodados. La incidencia sobre la vivienda no es menor. De entre la gente joven emancipada, casi uno de cada tres expresa dificultades de pago de los gastos de vivienda, y en la raya del 10% imposibilidad sobrevenida de hacer frente al alquiler.

Movilidad e infraestructura verde

La pandemia ha alterado de forma sustancial algunas dinámicas de movilidad. El confinamiento y el abanico de restricciones implicaron una reducción inédita de flujos, y un conjunto también sin precedentes de impactos positivos sobre los principales indicadores ambientales. El escenario, sin embargo, expresó con fuerza las pautas de segregación socioeconómica en el espacio: en las zonas acomodadas, el teletrabajo provocaba la caída de los patrones preexistentes de hipermovilidad en vehículo privado; los barrios de rentas bajas, el empleo en servicios esenciales de carácter presencial (cadena alimentaria, cuidados …) mantenía un uso relativo mucho más elevado del transporte público. Más allá de los efectos iniciales, la disrupción que ha supuesto la Covid-19 construye un juego de oportunidades y amenazas para el necesario proceso de cambio a partir del actual modelo de movilidad urbana y metropolitana. En la vertiente de las oportunidades, el escenario de reducción ayuda a situar en la agenda una transición hacia la movilidad sostenible con dos pilares: por un lado, el cambio hacia modos activos, públicos, colectivos y no contaminantes; por otra parte -muy relevante- el decrecimiento de los niveles actuales de movilidad, con la puesta en valor de criterios de proximidad y accesibilidad.

La Covid-19 ha incrementado la conciencia de formar parte de un mundo globalizado. Las pandemias víricas -relacionadas con la progresiva destrucción de la biodiversidad- y los impactos del cambio climático han dejado de ser una ficción y pueden convertirse en fenómenos cada vez más habituales y severos. Las metrópolis deben fortalecer su resiliencia a estas nuevas amenazas. Uno de los vectores de respuesta pasa por la infraestructura verde, para la ampliación y mejora integral de parques y espacios abiertos incorporando criterios de salud y bienestar en su planificación y gestión. Los espacios abiertos metropolitanos han sido un activo relevante para paliar los efectos negativos de la pandemia. Se han incrementado las visitas, se han enriquecido las pautas de uso y se ha diversificado su abanico funcional (reencuentro, convivencia, ocio, deporte, producción de alimentos…). En este nuevo escenario, los espacios y parques urbanos han contribuido a mejorar el conjunto de determinantes ambientales de la salud y, en consecuencia, el bienestar físico, emocional y mental de la ciudadanía.

Acción colectiva y respuestas institucionales

La Covid-19 ha activado capacidades de respuesta diversas. Los efectos han sido intensos, las reacciones sociales e institucionales han sido rápidas e innovadoras. Los actores del territorio han mostrado un potencial de agencia relevante para hacer frente a la pandemia y han sentado las bases para un proceso estratégico de reconstrucción y transformación. Las respuestas se han ido articulando desde la acción colectiva urbana y desde el entramado institucional.

En el campo de la ciudadanía, hay que considerar un ciclo largo de crecimiento y diversificación de prácticas conectadas a la tutela comunitaria de derechos básicos y la cobertura de necesidades materiales. En su irrupción, adoptan el formato de experiencias de autogestión urbana, en el marco de la ola de movilizaciones contra la globalización neoliberal. Cristalizan poco después, en respuesta a la gran recesión y en el marco del 15-M, como prácticas de innovación social. Sería difícil de entender, sin este bagaje, el nuevo estallido de la lógica colaborativa como respuesta a los impactos de la pandemia. Emergen nuevos tipos de iniciativas ciudadanas de solidaridad: redes orientadas al apoyo mutuo, a la activación de lazos vecinales y comunitarios, a fin de hacer frente a las vulnerabilidades materiales y relacionales que la pandemia deja al descubierto.

En el campo institucional, los 36 municipios metropolitanos desarrollaron, a lo largo de 2020, 1.414 actuaciones de respuesta, tratándose en el 85% de los casos de acciones nuevas. Han sido actuaciones desplegadas en 6 grandes sectores con un 66% focalizadas en el ámbito de la inclusión. Por su dimensión y relevancia institucional, el ayuntamiento de Barcelona ha jugado un papel referencial, ha desplegado un conjunto de formas de gobernanza y procesos de aprendizaje que señalan un camino sugerente para afrontar la gestión de las emergencias complejas: a ) liderazgo político y gerencial habilitador de espacios colectivos y plurales de toma de decisiones; b) capacidad institucional y de iniciativa en la esfera regulativa y de la coproducción de políticas de respuesta; c) transversalidad organizacional articulada para misiones operativas y cooperación en red entre agentes y niveles de administración; d) producción de conocimiento para fundamentar respuestas basadas en la evidencia.

Nuevas bases institucionales para transformar la metrópoli

El municipalismo, sin duda, ha sido y es una palanca básica de construcción de bienestar. Es necesario, pero no es ya suficiente. Las grandes dinámicas de cambio y las cotidianidades donde se hacen tangibles se expresan hoy en ámbitos de barrio y de ciudad, sí; pero también, y con mucha intensidad, en la escala de metrópoli. Por otra parte, los municipios con más colectivos y barrios vulnerables son también los que tienen menos recursos para hacerles frente. La metrópoli que emerge de la pandemia debe desplegar capacidades de autogobierno: debe transitar de prestar servicios a definir políticas públicas; de administración tecnocrática autoridad democrática de elección ciudadana directa. Hay que forjar, en síntesis, las nuevas bases institucionales que hagan posible transformar la metrópoli.

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