Relaciones sociales durante la pandemia: el redescubrimiento del vecindario
Área de Convivencia y Seguridad Urbana del IERMB: Marta Murria Sangenís, Carlos González Murciano, Cristina Sobrino Garcés
04/05/2021
El 90% de la población metropolitana convive en bloques de pisos, es decir, hay una gran proximidad física entre sus viviendas. Esta manera de asentarse en el territorio hace que las relaciones vecinales se conviertan en un hecho social y parte fundamental de la vida diaria que, además, ha adquirido una nueva dimensión con la llegada del coronavirus. Y claro está, con motivo de las restricciones de movilidad y las medidas de control de la pandemia, se ha impelido a las personas a permanecer largos periodos de tiempo confinadas en sus domicilios.
Se trata de una situación sin precedentes en la historia social más reciente de la metrópoli. La actual coyuntura ha supuesto una drástica reducción de los desplazamientos cotidianos y una reubicación de las actividades diarias de la población, las cuales han quedado circunscritas a los límites estrechos de la vivienda y del entorno residencial más cercano. Así, si durante años la creciente difusión urbanística residencial y la ordenación de actividades en el territorio habían contribuido a la progresiva ampliación de los espacios de vida (a su metropolización), el control de la pandemia ha generado un proceso de signo totalmente contrario: la contracción de los espacios de vida.
Así pues, durante prácticamente tres meses, el confinamiento domiciliario hizo de la convivencia en los edificios uno de los principales epicentros de la vida social en la metrópoli. También las relaciones vecinales (sean de sociabilidad, de solidaridad, de evitación o de conflicto) adquirieron una nueva relevancia. La Encuesta de Relaciones Vecinales y Convivencia en el Área Metropolitana de Barcelona (ECAMB) es una operación bienal que estudia el conocimiento y el contenido de las relaciones vecinales en diferentes contextos residenciales. Sus resultados permiten evaluar los efectos derivados de esta crisis sanitaria en la convivencia en la metrópoli, en el aumento o en la pérdida de relaciones.
Cambios de domicilio y nuevos usos para las viviendas durante el confinamiento
El confinamiento domiciliario no llegó de repente. Su anuncio y posterior entrada en vigor habían sido precedidos de semanas de noticias, de rumores y de un progresivo paro de las actividades. Todo ello motivó que la movilidad residencial se intensificara en los días previos al 15 de marzo. El ECAMB estima que cerca de 160.000 personas mayores de 16 años pasaron el confinamiento alojadas en una vivienda diferente a lo que había sido su domicilio habitual. Si el miedo, la soledad o la necesidad de ser atendido y cuidar de otras personas son motivos para cambiar de residencia, esta encuesta ha constatado que los cambios de residencia implicaron especialmente a la población estudiante y asalariada más joven que, sin las constricciones de las actividades formativas presenciales y/o sin un trabajo y unos ingresos adecuados, cambiaron de vivienda, ya fuera regresando con la familia (suspendiendo así su proceso emancipatorio), ya fuera emprendiendo un nuevo proyecto residencial que hiciera viable la inversión en vivienda.
El confinamiento también contribuyó a cambiar la manera de entender y de utilizar las viviendas, ya que éstas han tenido que albergar una serie de actividades de producción y de ocio que antes de la pandemia se realizaban fuera de casa. Una conclusión del estudio es que la satisfacción con las viviendas ha sido proporcional a la cantidad de espacio que estos ofrecían a sus ocupantes y también a la posibilidad de acceso a espacios exteriores privados o comunitarios. Otra conclusión relevante resulta de comprobar cómo las cargas educativas y laborales incrementaron notablemente en los hogares donde se convivía con menores y/o con personas que precisaban de cuidados especiales. Estas personas no sólo se mostraron más críticas con sus viviendas, sino que también han expresado unos mayores niveles de malestar emocional y de soledad. Todo ello debe proporcionar una idea de las dificultades que tuvieron que superar estas personas durante el confinamiento.
Relaciones vecinales y pandemia: más sociabilidad y solidaridad
Con la pandemia se produjeron cambios notables que afectaban a los roles, los horarios y las maneras de utilizar las viviendas. Era una situación nueva que, por un lado, permitió redescubrir el potencial del vecindario como fuente de sociabilidad, de apoyo y de control social (¡recordemos a la policía de balcón!). Por otra parte, la constricción de la vida social contaba con potencial suficiente como para generar conflictos y disputas vecinales.
Los datos de la ECAMB constatan que las sociabilidades vecinales están lejos de ser una cuestión residual o menor en la vida de la población metropolitana. Antes del confinamiento los bloques de pisos ya eran escenario de una viva sociabilidad que se articulaba alrededor de muestras de cortesía y de reconocimiento mutuo. La pandemia supuso en muchos casos un redescubrimiento del vecindario y un incremento de las relaciones vecinales incluso entre aquellas personas que decían tener un conocimiento bajo del vecindario, y especialmente allí donde algún miembro del hogar tuvo que teletrabajar. A raíz del confinamiento también aumentaron las relaciones de solidaridad vecinal. El 21,3% de la población metropolitana dice que se ha relacionado más con sus vecinos y vecinas y más de la mitad de la población metropolitana afirma que, en su edificio, se prestó ayuda a las personas que más lo necesitaban. Han aumentado, pues, las relaciones de sociabilidad y solidaridad, sin embargo, no se puede incurrir en discursos entusiastas porque son pocas las personas confinadas en grandes bloques de viviendas y sin acceso a espacios exteriores que hayan dado testimonio de un aumento de las sociabilidades en su escalera de vecinos.
La convivencia en los edificios tampoco excluye el conflicto. En este sentido, el índice global ha alcanzado un valor menor que en años anteriores (10%) y sólo uno de cada cinco de estos conflictos vecinales se originaron en los meses de vigencia del primer confinamiento. Con todo, esta caída hay que atribuirla a la importante reducción de las obras, los problemas asociados a la ocupación de viviendas y a causa de un descenso de las conductas vecinales que ocasionan desperfectos en los espacios comunes. Sin embargo, fueron más frecuentes las molestias debido al ruido vecinal, a la vez que el incumplimiento de las normas para reducir los contagios, emergió como un nuevo foco de conflictividad.
El descenso en el uso social del barrio
Las relaciones de vecindad no se circunscriben a la propia escalera o edificio. El entorno residencial es también un espacio de relación donde el contacto fortuito con otras personas es inevitable, y contribuye a la sensación de familiaridad entre las personas que lo usan habitualmente. Cabe decir que la vida social en los barrios se ha resentido notablemente durante la crisis generada por la Covid-19. Antes de la pandemia, la práctica totalidad de la población metropolitana salía con frecuencia a pasear, a hacer compras en el barrio y a ir a parques y plazas. Una proporción similar utilizaba el transporte público. Los datos de la ECAMB constatan que con la irrupción de la pandemia las compras en el barrio permanecieron como una actividad frecuente, pero no así el paseo, el uso de plazas, parques y del transporte público. En cuanto a los motivos de este desistimiento, el miedo a las aglomeraciones aglutina la mayor parte de los argumentos, seguido del temor a la presencia de personas que no siguen las recomendaciones sanitarias y el exceso de celo ante el miedo al contagio como tercer argumento más habitual.
El agravamiento de la soledad relacional
La peor consecuencia de la crisis sanitaria ha sido el elevado número de víctimas. También hay que considerar el gran impacto que ha tenido en las relaciones personales y la salud emocional de la población. Lógicamente la ECAMB no podía obviar la situación de aquellas personas que, a pesar de vivir en entornos residenciales densos y próximos a otras personas, experimentan alguna forma de soledad relacional, ya sea porque no tienen con quien hablar de su día a día, no suelen hablar por teléfono o contactar con sus familiares o amigos y/o no pueden contar con sus amigos o familiares cuando los necesitan.
Hasta ahora, el índice de soledad relacional se situaba en torno al 5-6% de la población metropolitana, pero en 2020 estas cifras han incrementado de manera muy significativa hasta situarse en el 16,2%. Año tras año han aumentado las personas que cuentan no poder contar con amigos y familiares cuando los necesitan, y las que no tienen con quien hablar de su día a día. Con todo, el espectacular incremento de este año está asociado a la limitación de los contactos y a las dificultades para hablar y verse con familiares, amigos… Hay que considerar, por tanto, el incremento de la soledad relacional en los municipios metropolitanos como un efecto más de la pandemia.
Las personas no conocemos sino la vida en común y, ni el teléfono, ni la videollamada, ni el contacto esporádico con vecinos y vecinas son suficientes como para cubrir las necesidades relacionales y afectivas de la población. Hay que añadir, además, que los índices de soledad son elevados entre la población que vive en hogares donde se han tenido que hacer cargo de personas con dependencia, incapacidad o especiales dificultades sanitarias, así como en los hogares unipersonales y entre las personas de más edad. Y son especialmente altos, entre aquellas personas que con motivo de la pandemia dejaron de salir a pasear y de comprar en las tiendas del barrio. También entre aquellas personas que apenas se relacionan con el vecindario de su bloque de pisos. En estos últimos casos, se ha producido una pérdida de contacto con la vida social. Así pues, además de la soledad relacional también hay que considerar el aumento del riesgo de aislamiento social como una de las consecuencias de la pandemia.
La ECAMB ha permitido apuntar diferentes impactos de la pandemia en las relaciones vecinales y la sociabilidad, informaciones que deberán tenerse en cuenta para la adecuación de las políticas y las intervenciones en la gestión de la convivencia en los barrios metropolitanos.